El viaje del producto
Reportaje
La ley de la oferta ya no manda
La filosofía Slow Food y su vuelta a las raíces
En un mundo marcado a fuego por el capitalismo salvaje y dedicado a la rentable devastación de su medioambiente, algunas agrupaciones han conseguido nadar contracorriente con el objetivo de frenar un futuro que a nuestros ojos parece inevitable. Hoy en día, todos parecemos ser cómplices de ello, y solo nuestros actos nos permitirán darle un vuelco a la situación.
La tomatera es una planta de clima relativamente cálido. Para este fruto, las temperaturas óptimas son de entre 15 y 25 ºC, con temperatura ideal en la floración de 21 ºC.​ El tomate es clasificado dentro de las hortalizas tolerantes al calor, y temperaturas menores de 8 ºC detienen drásticamente su crecimiento.
Los españoles consumieron en 2018 una media de 14’2 kg de tomate por persona, una cifra ligeramente superior al año pasado, en el que el consumo de esta hortaliza estaba en 13’9 kg. Con respecto al gasto, éste alcanzó los 20’7 euros durante el 2018, un 1’4 por ciento más que en el año anterior. Y todo esto sin presentar más que una pequeña motivación en la temporada veraniega, pero sin ni mucho menos existir aumentos ni declives pronunciados a lo largo de los 12 meses del año.
“¿Cómo voy a consumir tomates en invierno y coliflores en verano? Al final, se trata de darle sentido a las cosas”. Así reflexiona Guida Martín, colaboradora de la Cooperativa de Alimentos El Cabàs, en la ciudad barcelonesa de Santa Coloma de Gramenet. Y parece ser que estas opiniones son prácticamente inexistentes entre nuestro entorno. Parecemos estar distanciados a miles de kilómetros de unos productores de los que dependemos día tras día. De una producción totalmente necesaria y con la que llevamos conviviendo toda nuestra vida. Y parece que somos conscientes de ello, pero aún no lo sabemos. Hace bien poco, la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) confirmó: “a pesar de que su aspecto es casi perfecto, el 95% de la fruta que comemos habitualmente no sabe a nada”. Y esto no se debe más que a al actual proceso de comercialización en el que la fruta pasa de entre 10 días a meses en cámaras, y bajo estrictos procesos de conservación.
Aun así, algunas agrupaciones de personas han decidido dar un paso hacia adelante, enfrentándose a una corriente que arrastra a la sociedad hacia una normalización de la situación. Hace poco, la organización de lucha contra el cambio climático Fridays 4 Future, en su convocatoria de huelga para el 24 de Mayo, alababa a la gente que empieza a decir basta: “la ciudadanía está empezando a hacer una gran difusión de este tema y a cambiar su forma de vivir. Esto va desde consumo de proximidad, cooperativas de alimentos y, en definitiva, todo aquello que va dirigido a un consumo más responsable”. Y es aquí donde movimientos internacionales como la iniciativa Slow Food toman importancia en el viaje hacia un cambio radical en nuestra forma de vivir, comprar y consumir.
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¿Qué es el Slow Food?
El Slow Food es un movimiento que nació basándose en tres principios básicos: la defensa de la biodiversidad alimentaria, la creación de vínculos entre productores y consumidores y la concienciación a la sociedad sobre los asuntos urgentes que afectan a nuestro sistema alimentario. A pesar de que tendemos a pensar que es un movimiento nuevo y moderno, gracias a las declaraciones que hemos obtenido a lo largo del reportaje nos hemos dado cuenta de que esto no es así. El Slow Food es un movimiento que lleva mucho tiempo en vigor, pero que no siempre ha tenido la fuerza y el protagonismo que, gracias a las cooperativas de alimentos, a los restaurantes y a los productores, ha conseguido en los últimos años.
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A partir de esta filosofía, han sido varias las ciudades de todo el mundo que han creado organizaciones con la intención de divulgar la filosofía Slow Food, lo que ha provocado una gran expansión de este movimiento. Una de las ciudades que han optado por seguir esta filosofía es Barcelona, donde Danielle Rossi decidió fundar Slow Food Barcelona, una asociación sin ánimo de lucro formada por personas vinculadas de una u otra manera con los alimentos: productores artesanos, agricultores, pescadores, cocineros etc. La principal fuerza de este movimiento, en el caso de Barcelona se basa en la fuerte implantación de restaurantes Slow Food alrededor de la ciudad.
Sin embargo, este movimiento no se ha quedado únicamente afincado en Barcelona, sino que se ha expandido a lo largo de los años y ha llegado hasta ciudades de su entorno como Santa Coloma de Gramenet, una ciudad que en sus inicios contaba con numerosos campos de cultivo y dónde actualmente, a pesar de que hoy en día los campos y los campesinos son escasos, podemos encontrar restaurantes que siguen la filosofía del Slow Food como Ca N’armengol o La Lluerna, liderados por chefs galardonados por la Guía Michelin como son Víctor Quintillà (una estrella *) y Francesc Armengol (mención), establecimientos centenarios dedicados a la venta de productos totalmente caseros como la charcutería Cal Nen y cooperativas de alimentos como El Cabàs, en las que familias de toda Catalunya pueden conseguir productos provenientes directamente del huerto de los productores colaboradores.
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Conversión ideológica
El proceso de implantación de esta filosofía en la sociedad actual no está siendo sencillo. Al encontrarnos en un mundo completamente globalizado y a merced de las grandes corporaciones, se hace muy complicado el lograr que el Slow Food, pese a sus ventajas, se acabe consolidando como un estilo de vida generalizado. El acomodamiento y la despreocupación de las personas a la hora de consumir o de valorar el tipo de alimentación que están llevando a cabo son aspectos que Montserrat Saladrigas, expropietaria de Cal Nen, juzga severamente. Atribuye una gran responsabilidad a la propia ciudadanía el ser responsables de la desaparición y ausencia de cada vez más locales o tiendas que ofrecen un producto de proximidad y de calidad. Pero para revertir esta situación, afortunadamente, algunas asociaciones han surgido durante los últimos años con el objetivo de transmitir esta conciencia social. Y es que la mentalidad de la ciudadanía debe dar un giro de 180º.
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Por ejemplo, podemos ver como el año 2015 la organización ecologista británica LEAF (Linking Environment and Farming) hizo una encuesta a más de 1000 niños en el Reino Unido, donde estableció que, por ejemplo, uno de cada tres niños jamás había escuchado a una vaca mugir o a una oveja balar. En definitiva, los niños sabían muy poco acerca de los alimentos que consumían, llegando a puntos como que el cinco por ciento creía que las fresas crecían dentro de la nevera, más de un cuarto no sabía que las zanahorias crecían bajo tierra y el 78 por ciento no sabía que el brócoli crecía en una planta.
Esto no es más que ejemplos prácticos de cómo estamos desarrollando una sociedad artificial basada en el consumo salvaje. Llegando a puntos en los que niños no saben absolutamente nada sobre su entorno. De esta forma, uno de cada tres no sabía que la carne porcina viene del cerdo, y uno de cada cinco no sabían que el cerdo es, a su vez, de donde proviene el bacon. Y no es más que la decisión de la ciudadanía, a través de iniciativas de cooperación, la que puede dar un vuelco a esta tendencia.
Slow Food Barcelona no es una casualidad, es un peldaño más que se ha construido para lograr llegar a un mundo que actualmente nos puede llegar incluso a parecer utópico. Los restaurantes y las grandes empresas de producción alimentaria consideraban que el éxito se encontraba en la rapidez y en las producciones a grandes escalas para reducir costes. Esta metodología de trabajo se ha visto descolocada en el momento que hoy en día cada vez son considerados mejores aquellos restaurantes que optan por la calidad.
La guía que la asociación ofrece al público no es más que una forma de recompensar a los restaurantes por hacer el trabajo bien hecho. Utilizar productos de proximidad, de temporada y con una elaboración cautelosa para obtener los mejores resultados. Distinguir a los restaurantes como, por ejemplo con lo que ellos llaman “el caracol” (el galardón reservado tan solo para aquellos que predican mejor con la filosofía de Slow Food Barcelona), como bien explica Danielle Rossi, no debe basarse en una competición sobre quién lleva a cabo su trabajo mejor o peor, sino que debe consistir en una rivalidad sana, en un en un objetivo a cumplir el cual cualquiera puede llegar a conseguir. Y de esta forma Rossi no solo no critica ni juzga por trabajar con un estilo diferente, sino que consigue aquello que persigue con la asociación: ser una agrupación inclusiva, y no exclusiva, en la que cualquiera puede aportar su granito de arena de mil maneras distintas. Y ya no tan solo es el hecho de llegar a ser conmemorado. La existencia de restaurantes como La Lluerna o Ca N’armengol demuestran que el éxito también se puede lograr con el Slow Food. La estrella Michelin que logran Victor Quintillà y Mar Gómez por su trabajo en su restaurante demuestra la fiabilidad que supone predicar con dicha filosofía. Este tipo de acontecimientos suponen un gran avance para el movimiento, no tan solo a nivel comercial (ya que también podría considerarse como una oportunidad de mercado el apostar por esta ideología) sino por el impacto que acaba teniendo en la ciudadanía.
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Recuperando la crítica de Montserrat Saladrigas, pese a que existe una gran cantidad de gente que no está interesa en el producto local y de calidad, también se encuentra otro grupo que cada vez se está volviendo más amplio, que se preocupa cada vez más por lo que consume. Esto acaba provocando una retroalimentación que tan solo supone beneficios para todos. Que un restaurante apueste por los productores locales provocará que las personas acaben estando más interesadas en este, y, en consecuencia, más restaurantes se replanteáran su modelo de trabajo a raíz de la opinión pública. Hecho que supone, a su vez, la apuesta por el productor de proximidad, aquel que se estaba viendo relegado por las grandes compañías. El Cabàs es otra muestra más de la implicación de la gente, de cómo se está llevando a cabo el cambio de mentalidad.
Los campesinos y agricultores que se mantienen al margen de la globalización encuentran en el Slow Food la posibilidad de poder continuar hacia delante, pudiendo así, seguir trabajando con métodos artesanales, permitiendo de este modo abastecer tanto a familias como a restaurantes con productos de calidad, tratando de respetar la naturaleza en lo máximo posible.
Pero tratar de explicar una filosofía tan amplia y compleja como lo es el Slow Food desde casa y a nivel teórico sería demasiado ambicioso. Las distintas entrevistas nos han ayudado a entender la relación entre el Slow Food y los diferentes actores que juegan su papel en el movimiento. Restaurantes, asociaciones, grupos de consumo, etc. Por ejemplo, Guida explicaba el funcionamiento, el modus operandi de la cooperativa El Cabàs. Pero para entender de verdad lo que significa formar parte de un grupo de consumo no hay mejor manera que adentrarse en el mismo y participar en esta experiencia
El viaje del producto: de la cooperativa a casa
Hasta ahora, hemos descubierto a través de las entrevistas las claves y requisitos que se deben seguir para ser fiel a la filosofía Slow Food y en qué consiste el movimiento en sí. Ahora, es el momento de adentrarnos de lleno en el mismo. Los miércoles, en la cooperativa de consumo El Cabàs, se lleva a cabo el reparto de cestas a las familias socias del grupo. Cada mes, es una familia la encargada de realizar este reparto, de manera totalmente voluntaria, sin ánimo de lucro. Son ellos los que preparan las cestas en el local con los alimentos demandados por las familias. De 18 a 20, los socios pueden pasar a recoger sus cestas con frutas, verduras e incluso lácteos de proximidad que previamente han sido distribuidos por los productores a la cooperativa.
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Tras llegar al local, se respiraba un ambiente totalmente diferente al que esperábamos. Lejos de un clima de trabajo frío o serio, la situación era, valga la redundancia, muy familiar. El encargado del reparto del mes de mayo, Jordi Pastor, explicaba que no se toman esta faena como una obligación ni un “castigo”. Es más un acto colaborativo, un “hobby”. “Antes quedaba con mis amigos para tomar algo o para ir a cualquier sitio. Esta es la misma sensación. Pasamos las tardes en el local, tomamos algo, charlamos sobre nuestras cosas, etc.”, nos contaba Jordi cuando nos interesamos sobre su función. Es cierto. Cuando estás allí, notas esa misma sensación. No es una oficina, ni un despacho. Es un local, donde más allá del trabajo y del producto, hay personas y familias, que además, comparten esta manera de entender el mundo de la alimentación. Esta tarea podría ser mucho más fría. Cada familia llega al local, recoge su cesta y se va. Pero nada más lejos de la realidad. Quizás, esta es una de las ventajas que tiene formar parte de una cooperativa pequeña. Los beneficios pueden ser menores, pero la cercanía con las familias y la relación entre ellas es muy diferente a la que existe en grupos con una cantidad mucho mayor de socios.
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Además de la relación interpersonal de la cooperativa, también nos interesaba poner el foco en el tratamiento del producto. Sabíamos su origen, e indagamos en productores como L’Estol Ecològic o la iniciativa Katuma. Pero queríamos ver, una vez estos productores distribuían su producto a las distintas cooperativas, cómo era el trato de los mismos. La impresión fue muy positiva. Los alimentos estaban totalmente a la vista de las familias, en diferentes cajas, claramente diferenciadas. Para preparar correctamente cada cesta, el producto se seleccionaba y pesaba en una balanza por el responsable del reparto. Así, poco a poco, se iban llenando las cestas para que cada familia pudiera ir a recogerlas. Además, tal y como Guida ya nos aseguraba en su entrevista, la distribución de dichos alimentos y el trato del mismo se abstiene de cualquier tipo de bolsa de plástico, algo que contribuye también al factor ecológico.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta los diferentes factores en los que hemos decidido poner más atención y centrar nuestras impresiones, podemos afirmar que la experiencia ha sido muy positiva. Como muchas familias, nunca habíamos tenido oportunidad de asistir a una iniciativa como esta. Poco a poco, mediante la educación y la visibilidad de estos pequeños grupos, el objetivo es acercar esta filosofía a la gente de casa. En Santa Coloma de Gramenet tenemos una buena oportunidad. Nuestro ejemplo bien podría servir para hacer ver, de una manera u otra, que este tipo de movimiento no es etéreo, sino todo lo contrario: lo podemos encontrar incluso en nuestra misma ciudad, y si miramos con más detenimiento, en nuestra misma calle.
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Un destino y mil caminos
En definitiva, la filosofía Slow Food no deja de ser uno de los caminos a recorrer para acercarse poco a poco a un objetivo enorme, prácticamente inabarcable: el respeto total al medio ambiente.
Y es que, al igual que en todas las acciones individuales con fines colectivos, la filosofía del act local, think global (actuo localmente, pienso globalmente) es parte intrínseca de proyectos como este: pequeños nodos de población que deciden reunirse y, posiblemente sin voluntad rebelde, deciden volverse contra un sistema preestablecido y estático, en el que las herramientas encargadas de reconducir a los infieles serán de igual forma estrictas, como siempre.
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Otros enlaces de interés:
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¿Qué es la Fast Life?: http://www.genuirestaurante.com/genui_blog/fast-life-la-vida-rapida/
Slow Food España: https://españaslow.es/
La Lluerna: https://www.lluernarestaurant.com/​
Cultura alimentaria: http://www.elsevier.es/es-revista-offarm-4-articulo-cultura-alimentaria-del-fast-food-X0212047X11622815
Defensa de la biodiversidad: http://slowfoodzaragoza.es/la-fundacion-slowfood-para-la-defensa-de-la-biodiversidad​
El negocio ecológico florece en Cataluña: https://elpais.com/ccaa/2019/04/06/catalunya/1554573979_424617.html
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Logo oficial de la cooperativa El Cabàs. (Paula Gil)

Jordi Pastor, miembro de la cooperativa, preparando el pedido. (Xavier López)

Una de las cestas de la cooperativa. (Paula Gil)

Las cestas de los pedidos de la cooperativa. (Paula Gil).


Mar Gómez y Víctor Quintillà, en su restaurante La Lluerna. (Paula Gil)
Francesc Armengol, en su restaurante Ca N'armengol. (Paula Gil)
“Proveerse de la coopertiva no tiene por qué ser más caro, ni más complicado: tan solo es diferente, y es por eso que parece difícil”. Y así lo resume el miembro de la cooperativa colomense Jordi Pastor que, como el propio manifiesto del movimiento Slow Food predica:
Comencemos desde la mesa con el SlowFood, contra el aplanamiento producido por el Fast Food, y redescubramos la riqueza y los aromas de la cocina local. Si la Fast Life, en nombre de la productividad, ha modificado nuestra vida y amenaza el ambiente y el paisaje, Slow Food es hoy la respuesta de vanguardia.”
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Manifiesto del movimiento Slow Food

Paula Gil Lázaro

Antonio Salvador
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Víctor Márquez

Xavier López